Humanidad, raza ingrata que todo lo arrasas,
el trigal, el maizal, el arroyo de agua dulce,
los frutos, de la tierra y también del mar.
Te alimentas de la carne y de la sangre de tus semejantes,
de su dolor, de sus despojos, su carroña, de su inocencia.
Consumes y agotas la vida de tu madretierra,
tu hambre es insaciable, tus fauces nauseabundas todo lo devoran.
Humanidad, soberbia e irreflexiva,
feroz con el débil, inflexible con el humillado,
pero sumisa y prosternada, ante el poderoso...
Multiplicas tus necesidades irracionalmente,
el afán de lujo te ciega,
el afán de competir, asesina.
Te multiplicas y te condenas.
Tus instintos están viciados, contaminados,
envilecidos por lo efímero.
Transitas el angosto e inexorable camino
que te conduce al suicidio,
por alejarte del rústico sendero de la vida,
para convertirte en un autómata,
adorador de lo artificial.
Te obnubilas con los destellos del oro y la plata,
te ensordeces con estentóreos discursos de los profetas del progreso,
Ya no escuchas el canto del ave, el llanto del niño, el lamento del viento, la agonía de las montañas...
Regarás la tierra con tu sangre,
cuando agua ya no quede,
pero la tierra que es sabia, te negará sus frutos,
por tan maligna aberración.
Tienes el poder que te dá la ciencia,
para explotar montañas,
pero ya no tienes voluntad para moverlas,
porque ya no crees en ti, ni en tus sueños,
los desterraste a otras comarcas,
les privaste la posibilidad de ser,
y de salvarte...
¿Cuando dejarás de seguir a líderes,
para reencontrarte contigo y tu olvidada animalidad?
¿Cuando seguirás el sendero de la vida y sus instintos?
Ellos, te salvarán de la catástrofe en que convertiste tu existencia,
del destino que te trazaste,
al vender a tu madre,
al competir con tus hermanos,
al cubrirte de adornos,
al olvidarte de tus hijos,
al erigir ídolos,
al seguir a canallas...
el trigal, el maizal, el arroyo de agua dulce,
los frutos, de la tierra y también del mar.
Te alimentas de la carne y de la sangre de tus semejantes,
de su dolor, de sus despojos, su carroña, de su inocencia.
Consumes y agotas la vida de tu madretierra,
tu hambre es insaciable, tus fauces nauseabundas todo lo devoran.
Humanidad, soberbia e irreflexiva,
feroz con el débil, inflexible con el humillado,
pero sumisa y prosternada, ante el poderoso...
Multiplicas tus necesidades irracionalmente,
el afán de lujo te ciega,
el afán de competir, asesina.
Te multiplicas y te condenas.
Tus instintos están viciados, contaminados,
envilecidos por lo efímero.
Transitas el angosto e inexorable camino
que te conduce al suicidio,
por alejarte del rústico sendero de la vida,
para convertirte en un autómata,
adorador de lo artificial.
Te obnubilas con los destellos del oro y la plata,
te ensordeces con estentóreos discursos de los profetas del progreso,
Ya no escuchas el canto del ave, el llanto del niño, el lamento del viento, la agonía de las montañas...
Regarás la tierra con tu sangre,
cuando agua ya no quede,
pero la tierra que es sabia, te negará sus frutos,
por tan maligna aberración.
Tienes el poder que te dá la ciencia,
para explotar montañas,
pero ya no tienes voluntad para moverlas,
porque ya no crees en ti, ni en tus sueños,
los desterraste a otras comarcas,
les privaste la posibilidad de ser,
y de salvarte...
¿Cuando dejarás de seguir a líderes,
para reencontrarte contigo y tu olvidada animalidad?
¿Cuando seguirás el sendero de la vida y sus instintos?
Ellos, te salvarán de la catástrofe en que convertiste tu existencia,
del destino que te trazaste,
al vender a tu madre,
al competir con tus hermanos,
al cubrirte de adornos,
al olvidarte de tus hijos,
al erigir ídolos,
al seguir a canallas...
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